Cada quién con su sombra
Si acaso vienes con lamento
de orfandad amante,
tras haber perdido con pies y manos
la trascendencia sintomática
de tus quiméricas conquistas.
Si por casualidad te encuentras
en la metrópolis del silencio
y no logras oír la voz torcida de tu vanidad,
la que alguna vez incrustando la condena del juez
contra la mía, rugió detrás de tu carita de ángel
el irónico contraste del demonio.
Si, con varonil despecho, apareces ante mí,
sordo y ciego de amor y odio,
aborda el cortejo que me diste,
mas no abras la muerte de su ayer en el aire,
con algo de vida regresa al lugar de su entierro
y mira al timorato que mató con besos,
al moralista que degolló
con el filo de la palabra celestial,
obsérvate, como el virtuoso
predicador ensangrentado
en un cementerio de nombres sin sonido,
huyendo lejos de las intrigas de tu religión.
Te recomiendo que allí seas el director
de tu conciencia, de tus delitos, de tu saña
y en la realidad de tu crimen más oscuro,
allí, donde te escondes tan bueno,
no pronuncies los apetitos de mi alma
al menos hasta el Día del Juicio.