Hay un lugar que no sabe del etéreo
contraste de las nubes ni del astro luminoso
que se deshace como un día desde el alba,
pero cuando lo veo relajado sobre la tierra,
tan calmado como una luz en la mañana
pareciera saber que en sus ventanas
se encarama un inicio con mapas, con alas
regalando el viaje de la aurora, equipado
de todo lo que existe en la palabra bienvenida.
Al apreciarlo desde otro instante consecutivo,
evoca la presencia de lo afable en su contorno,
propone el contexto de un futuro en sus esquinas,
invita a la realidad inagotable de un te amo
hidratado de encuentros cumplidos.
Uno tras otro legando un rosario de sueños
al parpadeo que insiste estrenos y escenas,
que producen el color de lo vivido en detalles,
que fabrican con dos manos y dos cuerpos
obras en la piel como ciudades enteras.
Hay detrás de sus puertas sonidos llamando
con la voz del cariño que nombra y se mezcla
a la complicidad, al instinto, a la necesidad cotidiana
del abrazo que en su larga costumbre
sucede como un rayo de sol chocando en la carne
para proseguir a su boca y terminar en mi lengua.
Entre paredes, los sentidos, parecen alondras
respirando las luces de sus cortinas abiertas,
escuchando la expresión del antojo, gustando
de los frutos del paso que al aire son huellas
y sintiendo el calor como un pronóstico en marcha.
Hay un lugar apartado de las distancias del mundo,
decorado de íntimos contactos, cuando lo miro.