No hay Mal que dure cien años
con una cría de ratones en la mente
de cochambre y telaraña.
Ni jayán que resista los tantos agujeros
que se llenan con él mismo,
cada vez que entra al del pacto
con la noche, para asomarse negruzco
como uno de ellos.
No obstante, que eficaz es su cuerpo,
cuando muestra la imagen
que mejor le queda.
Entre vida y piel, la más dispuesta
a proseguir hacia el detrimento
de algún sitio, donde habrá
de comprimir, sin mucho esfuerzo,
la presencia de negrumo rutinario
en la única palabra de su paisaje tan amado.
En la que se pudre, Vertedero.
Tenía que ser.
De tanto morderse el pensamiento
con furibundo salvajismo,
a más no poder avinagrado
de batalla y desafío,
desde el centro de su lengua
y a gritos para darle el gustillo
chillador a la saliva. Resueltamente,
a las bravas con su rabia
al enchufarse a una sola voz.
Estalló por dentro.
Acabó con la presunción
en la solfatara de la boca
y en vivo y en directo,
desde Gritolandia,
guiado por las vociferaciones
descompuestas de soberbia,
se lanzaron juntitos y revueltos
como suicidas nauseabundos,
con la personalidad agusanada
hacia el sur que lo estrena sin remedio.
Y allí están, invariablemente,
desde enero hasta diciembre,
pegaditos, como uña en mugre.
Nancy Santiago Toro
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