Sunday, September 23, 2018

Abrazos de distancias






Abrazos de distancias




El tiempo germina abrazos de distancias

en los puentes de aire colgados del abismo,

cuando los pies son raíces en la tierra y se va el alma

para ser el milagro del calor en los días del frío.


Es como hacer llegar un rayo de ternura

con el aliento del espíritu en sostenido regocijo

para asir el hombro de esa piel desnuda

y vestirlo con la expresión explosiva del instinto.


Es un abrazo diferente, es una caricia de luna,

es un silencio inquieto que se nos escapa sin aviso

o es la algazara de la sangre en la trayectoria

suspendida del sueño que enlaza los vacíos.


Es el contacto de la fresca hierba con la luz del alba

o la fricción de estrellas desprendiendo todo el brillo,

es como el mimo de la primavera sobre la ventana,

es el encuentro del todo con la nada, por abrigo.


Es el abrazo que llega a diario como tibia aurora;

el imaginario roce que deja huella en los sentidos.

Es el tacto seguro que se dan las vidas más lejanas,

por el único deseo de dejar el cuerpo en otro sumergido.




Nancy Santiago Toro
Derechos Reservados©






Las calles de la vida






Las calles de la vida




Caminaba por las calles de la vida

a paso lento muchas veces

y mi acrobática esencia en la rutina

definía su ritmo de mar entre la gente

al dejar un sonido de ola estremecida

o el silencio de su espuma, cuando muere.

En las bocas abiertas de las calles anchas

hallé los parajes de las solitarias fuentes,

ofrecían su actitud de descanso en la mirada,

 una parada de paloma en sosiego breve,

aunque luego, el vuelo mojado de las plumas

parecía que cargaba el espacio o mil paredes.


Fueron largas calles y otras tantas,

con desafíos de montañas en la frente,

como soledades reclamaban las distancias

y las ausencias de aire cicatrizaban pieles

en el cruce intermitente de una miríada,

donde caben las invisibles huellas

que en el tiempo se detienen.


Los estrechos pasajes a la espera

en la quietud que fraguó amaneceres,

despertaron sueños sin aceras

por donde pudiera pasar holgadamente,

permitiendo que las sombras andariegas

se alargaran imprudentes

al mostrar la duplicidad de su interna oferta

 con el clareo de noche que sabe de la muerte.


Hasta que llegué girando a esta vereda

sobre las revoluciones del presente;

trayecto de esperanza por la espesa hierba

que la posada del universo ofrece,

aún con el marcado rastro en retirada

que entra y sale hacia otro ambiente.




Nancy Santiago Toro
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¡Brindemos!






¡Brindemos!




Brindemos por la dicha que avecina,

por la promesa del tiempo de que todo pasa,

mientras tomamos de la copa de la vida

con los sorbos del ayer y del mañana.


"No hay mal que por bien no venga,

dijo aquel sabio con reflexión muy clara;

las caídas dejan en la historia su grandeza,

el más grande cayó tres veces e hizo hazaña.


Yo alguna vez en la oscuridad más negra

vi la sombra del miedo en los gestos de mi cara

y las cicatrices dentro aprisionan esas huellas,

pero cada día que amo es para limpiar el alma.


La rueda de mis sueños ha pasado por las piedras,

el terco empeño siempre ha sido puente en la calzada,

el cobre de un fracaso ha sido plateada victoria

y he sabido escribir de la ceniza una palabra.


Yo llamo a las cosas por su nombre, soy exacta,

¿loca? Sí y única y a mi manera y con fuerza y ganas,

me doy hasta la sangre y sacudo mis entrañas,

pues no soy escaparate al que le cambian la fachada

con lucecitas falsas para deslumbrar a nadie,

soy yo y me basta.


No soy montaje de transparentes pasos en la jornada;

ellos han marcado los colores y el negro y blanco de la raza,

por ser orgullo de mi fibra en calidad humana.


Evoluciono desde adentro,

el intento está en mi marcha

y soy libertad de viento aun entre las llamas,

mas si me quemo la lluvia me abriga, me rescata

y por eso brindo, por todo lo que soy, 

¡en audacia!




Nancy Santiago Toro
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Él…




Él…



Intimidad de sol

en la raíz de una mañana,

sobre el lecho de un paisaje

que impulsa primaveras,

por ser refugio de cálidos colores,

pintando un bosque de nostalgia

con la oferta creadora de la tierra.


Él…


Árbol de historia contenida

meciendo la cuna de sus ramas

con la nana del viento sin fatiga;

un vals arbóreo que no descansa

la nota amorosa de su corteza viva,

ascendida desde su tronco opimo

hasta la última hoja que besó su vida.


Él…


Un suspiro colmado de universo,

la túnica celeste que visita la ventana,

ilustrando cercanía desde lejos

con su eclipse de luna en la mirada.

En pestañeo de agua y fuego

sobre la noche, sobre el alba,

con los nombres y sus huellas de hierro

que aún cuelga la distancia.




Nancy Santiago Toro
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Jardines de besos






Jardines de besos




En libertad camino los mágicos jardines

para observar la gama de los sembrados besos.

Esos que la boca quiso dar su origen

como jardinera apasionada del momento,

aun cuando eran semillas fantaseando sus colores

con el tibio roce del deseo y el entusiasmo

del amor irresistible germinado por el tiempo.


Algunos grises resisten infantiles,

casi agostados por haber sido los primeros,

otros marrones se perciben infelices

con la pulpa del dolor al descubierto,

me han sentido al pasar y todavía gimen

con aquel impulso adolescente en devaneo.

Aquellos, los rosados erguidos en el aire,

contoneando su aroma como pétalos,

se acercan coquetos e insinuantes

como si quisieran mis labios de regreso.

En los verdes veo una esperanza consintiendo

un cultivo de sonrisas y los vacilantes gestos

que conservaba de algunos amores

hasta que el amor los selló con el silencio.

                     

Éstos, con presencia aún tangible,

con el color naranja de los otoños en paseo

 guardan el sabor de las primaveras más felices,

aunque cayeran de golpe con el atravesado invierno.

Y los rojos… fragantes, como artesanos de temblores

que parecen tallados en el aire con el calor del fuego,

se sostienen simbolizando el suntuoso arte

de los amantes que logran surcar la huerta de los sueños.


Mas los plateados, 

esa porción que provoca este rocío en mis ojos,

por haber caído como hojas cristalizadas en el suelo,

son los que vengo a ver por algún motivo cada tarde,

ya que aún no sé

por qué ellos mismos se sembraron en el hielo.



Nancy Santiago Toro
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Una caravana de versos




Una caravana de versos



Y era yo hacia lo que aún no vemos,

desde la mirada de mi avezada casa,

me decía adiós el incansable perro

como sembrando un eco en mi garganta,

donde se atascaba un llanto de terruño

que con atiplado dolor me acariciaba.

Seguía y las ventanas del silencio

parecían que a mil kilómetros gritaran

y ni hablar de lo que dejé adentro,

aquella fuerza de un “no te vayas”

que partía en dos pedazos a mi pecho,

uno quedaba en un desierto,

 el otro en una mar salada

y se desprendía aquel trayecto

que agrandaba la distancia.


Caminé y hallé una caravana de versos

amontonando un bullicio de palabras,

me acerqué y fue mágico el momento

al decidir que seguirían mi marcha

en las policromas primaveras,

valles sedientos, laberintos de soledad,

 ríos de escarcha,

aunque en la profundidad del tiempo

quedaran los pantanos del olvido

y los pasadizos del ensueño

donde se acurruca el alma.


Los vestí con el sabor de la experiencia

 la luz del objetivo, etapas de la vida

aromas de nostalgias, fracturadas derrotas,

con el brillo de los sueños

y con las flamantes victorias

que más allá se apagan.

Llené su materia con los sentimientos,

con la pena, la alegría, la esperanza,

 el calor del fuego, el amor pleno

el grito de la rabia, la traición,

y la transparencia de muchas lágrimas.

Les di forma con el molde de la rima

al ritmo que en el corazón se forja

y así fue que los hice míos

para que no fueran peregrinos

en la absoluta nada…


Y solo para ser en ti 

el cuerpo de un poema.





Nancy Santiago Toro
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Luz y sombra





Luz y sombra



Llegaba como una luz enmascarada,

con la niebla del tiempo en su trayecto,

al fondo una chispa asomaba la donosa audacia

cual sonrisa de humo que perfila el fuego.

De tanto eclipse oculto en la mirada

parpadeaba los rituales del silencio

y la claridad agónica de la noctívaga andanza

 que solapaba la actividad de su paso negro.


Su placer sabía fingir la plenitud del alba

y la gracia de su claro movimiento

para ofrendarse como merienda de la noche,

como un rayo inquietador, ansioso de receso

al penetrar como fogonazo en los detalles

acostumbrados al claroscuro del misterio,

 cada vez que su expresión de iluminada lámpara

pasaba al sepulcro del incendio.


Experto, solía resurgir del fárrago de cenizas

como lo hace el bosque quemado al germinar de nuevo,

mas con el mismo ensayo nebuloso de las opacas

luces que se arrastran como sombras sin vida,

sin carne y hueso.




Nancy Santiago Toro
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