Caminaba por las calles de la vida
a paso lento muchas veces
y mi acrobática esencia en la rutina
definía su ritmo de mar entre la gente
al dejar un sonido de ola estremecida
o el silencio de su espuma, cuando muere.
En las bocas abiertas de las calles anchas
hallé los parajes de las solitarias fuentes,
ofrecían su actitud de descanso en la mirada,
una parada de paloma en sosiego breve,
aunque luego, el vuelo mojado de las plumas
parecía que cargaba el espacio o mil paredes.
Fueron largas calles y otras tantas,
con desafíos de montañas en la frente,
como soledades reclamaban las distancias
y las ausencias de aire cicatrizaban pieles
en el cruce intermitente de una miríada,
donde caben las invisibles huellas
que en el tiempo se detienen.
Los estrechos pasajes a la espera
en la quietud que fraguó amaneceres,
despertaron sueños sin aceras
por donde pudiera pasar holgadamente,
permitiendo que las sombras andariegas
se alargaran imprudentes
al mostrar la duplicidad de su interna oferta
con el clareo de noche que sabe de la muerte.
Hasta que llegué girando a esta vereda
sobre las revoluciones del presente;
trayecto de esperanza por la espesa hierba
que la posada del universo ofrece,
aún con el marcado rastro en retirada
que entra y sale hacia otro ambiente.
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