Mortaja
Sin pena a las ausencias sepulcrales
me asomé en secreto y bien discreta
al sótano del recuerdo escalofriante
que aloja a los don juanes en la sospecha
y en curso vi al machito, ahora deforme,
con la ya acabada pose mujeriega,
perdiendo el pellejo del amante
que evoluciona de la llama a la pavesa.
Boca arriba, con el fin del Nada Puedes
y junto a la Mosca del mimo inagotable,
que experta invade el cuerpo como el Buitre.
Ambos, al fin, evidentemente claros,
como bacteria en mugre
en una misma imagen, inconfundibles.
Su corpóreo frío muriéndose de ganas,
doblemente, prolongándose a los huesos,
por los polvorientos restos de la estirpe.
Hacia la infinidad del Valor que nada Vale,
tan iguales, uno contra el otro,
con la exclusiva desnudez que da la carne,
dándose el cuerpo por el alma, tan felices.
De repente, del amortecido abrazo
llegaron los póstumos hedores
que te acercan las cosas más terribles
y te confieso, de primera
percibí la del Zombi repugnante
que te sigue a todas partes
para saciarse con la sangre que persigue.
Mas sin demora, con la fe del sí se puede,
que motiva, sin miedo, a los capaces,
disparé las letras en línea recta
como si el idioma fuera mi revólver.
Estaba escrito, nunca el arma es blanda,
en gótico resumen, el tipo es un fiambre
y a mí, en vivo y en directo,
me calienta otro vivo hacia adelante.
¡Y el nunca del jamás hoy sella la mortaja
del más doloso Don Juán de los don juanes!