Un día de estos te voy a dar el ADN
de mi secreto más bruno,
para que me digas la mitad más sincera
de tus malicias,
para que compartas conmigo
la gordura de tu decorada frustración
y así, adelgace un poco la pose de tu soberbia.
Solo por hoy como primicia,
te diré que mi ceguera es desde que nací,
que soy sorda por experiencia
y muda por los muchos semáforos en rojo
que me traspasó el silencio.
La mujer que soy no tiene forma
para el que tiene el acoso de mirarme
y por el túnel de mi voluntad
preferí partirme en trozos,
para no repartirme entera
a la opinión de un segundo o de un tercero.
Yo he ocupado el estado sonoro de las palabras
con la razón que no depende de otras razones.
Si tú pudieras ver solo un paisaje mío
detrás de mis cerradas puertas,
te darías cuenta que hay muchos pasadizos,
entre raíces, que no llegan a Nadie.
Por eso me da igual
que me acechen con el calor o el frío,
que el rumor le invente moretones a mi espalda,
que me señalen con una antorcha,
desde otra oscuridad aun más desconocida
o me acusen con el murmullo enfermo
que sale de las gargantas rotas,
porque soy yo, ¡sí yo!, ¡Yo! la que elige
todos mis puntos suspensivos...
Y porque nadie sabe a la perfección
como suelen ser ciertas cosas,
cuando hay mucho más allá de por medio.
Pero, tú, puede que seas una de esas mujeres
que por verse transparente
no se mire al espejo o para ser más lírica,
es posible que existas como una rata
insatisfecha en tus propios agujeros
y por querer abarcar latitudes selváticas,
seas más nociva que mi libertaria intimidad.