Por haber estado un largo tiempo en sus cicatrices y disolviendo como un aguacero sus memorias, mientras sus ojos lamían el espacio es que, de repente, se quiso ver como el viento entusiasmado de sol después de zambullirse en la marea.
Sabía de sobra que, una urgencia al cambio, conllevaría darle una acción a la quietud. Para ello, tendría que hacerse recluta del futuro. Intuía, desde el caudal de su confort doliente que para alzar su hondura a la superficie necesitaría la pujanza de la fe con su rescate azul hacia otra brisa, para latir el momento fecundo de la inaugurada voluntad.
De modo, que hizo resplandecer ese pensamiento y al estar dispuesto a ese primer temblor que lo giraría hacia adelante, pudo advertir de inmediato como su espalda llenaba la dimensión de su deseo. Ocupando esa tenue luz, estaba su sombra de imperceptible dureza con todo su cuerpo, reciclando los pasos de la movición que acaba, para proseguir a los ciclos programados del mundo que siguen empujando a la vida.
Nancy Santiago Toro
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