Se hacía relámpago y me quiso hacer tormenta
para lavar su podre llena del vicio
que disfruta el zarandeo mojado
en el sol de una mujer.
Y por buscar la claridad se volvió negruzco
como un cielo con el atavío de la bruma
en esa rigurosa altura, intermitente,
donde sabía dar el poder de la descarga
con el voltaje eléctrico
que inyecta la fricción y colisión,
y por habitual, explosionando la inmundicia.
A consecuencia, supe que maquillaba
cualquier punto cardinal
con la firma de sus manos sucias,
antes y ante la condición que alumbra y apaga
con la ignición que incluye la ceniza.
A causa de… voy a darle otra ocasión
para el disparo y que esta vez sea el acuoso,
con esa colección de lágrimas hipócritas
que guarda para manchar su alma
y resignado pueda verse como el amanecer
que llora y oscurece el fugaz
calor de una mañana,
el diado día que me quiera, tanto y tanto,
como para ver mi sangrado rostro besando
su aguacero contra el suelo
y, frente a frente, solo sienta el rojo corazón
de quererme más que a nadie.
Incluso, desde el altor del sentir,
donde truena la fuerza de su anhelo
podrá escoger el crepúsculo nacido y moribundo,
desde la guerra hacia la muerte,
donde creó esta lid escrita de infinitos...
que de tanto tirar el asco en la palabra,
verá de mi puño a la tinta como le atravieso
los dos polos a la misma distancia.