Aquello que probamos
No se llamaba amor
aquello que probamos
con la añadida golosina del beso,
antes de que rodara como una ráfaga
pluvial por la garganta.
Aquellos indicios de primavera
que acariciaron el rutilante reflejo del verano,
aquel enigma que nos acercaba
como pompas de aire
hacia las ruinas del oxígeno,
que nos convertía en hojas amigables,
descolgandose de los ojos para perecer
de sol, de lluvia, de aire y silencio
en la condena marchita de un rincón.
Aquel fenómeno con silueta de Amor
ensayando el truco perfecto de la luz
entre los lindes del sueño y la existencia,
entre las retinas como una visión o alucinación
tragada por el abierto pronóstico del horizonte.
Aquella cosa concebida por Dios
haciendo visible su llamada de fuego,
haciendo audible el pálpito
quejumbroso de la oscuridad,
era tan solo un trueno que saltaba
desde el cantil de la vida, para mojarnos.