A garganta abierta
No soy de las que buscan
ni en completa soledad
a lagoteros machistas
imponiendo la jactancia de sus roles
con la amenaza de la prepotencia
experta en puñaladas.
Tampoco me arrodillo ante el dominio
de un engatusador en toallas
para terminar de polvo en polvo
como una raíz bajo la tierra.
Aprendí a aullar los espantos del mundo
porque la dentadura de los lobos
es una tendencia constante en el respiro,
será por eso que crecí en el bosque
y ya no me estorba el bosquejo de las manadas
con ataques erguidos de rabia,
por más bajos que sean.
Sé que podrías tener un pico más grande,
pero nunca podrás traspasarme el rostro.
Y la vana fantasía de verte como una patada
en medio de mis ojos,
solo me haría verte más claro,
con ese ajuar barato de habilidades
reincidiendo en los sanguinarios renglones
que acaparan el infierno en tu argumento.
Con esa imagen de ser la mordida
en la golosina de mi destino,
jamás acabarás con mi futuro,
que ya me sopla el presente
como un cuadro acontecido
hacia la siguiente vez alzada,
la que ahora te mando como un tajo
para que se incruste en tu insolencia.
Yo sé que en tu lista de torturas cerebrales
me acomodas, perfectamente,
entre la asfixia, pero ni apretando mis venas
con tu inquina ultimarías el acuerdo mutuo
que tengo con el cuerpo para recuperar el aire
de los ahogados en primera persona.
Quiero que sepas que ni una costilla
rota con el cataplum exhausto de derribos
contra el suelo doblaría la parada costumbre
entre el equilibrio y yo,
ni siquiera quebraría el encanto
visual de la firmeza
que me sostiene entre la lucha y el coraje.
Quedo absorta con la concesión de tus abusos,
con la mediocridad de tu esencia putrefacta
perdiendo la piel de la indecencia
para mostrar el esqueleto de la procacidad,
los nudos carnales de tu amenaza enferma,
el mísero sonido de tu aparentada fuerza
para enfrentar los zumbidos de tu vida
como inútil ignorante que desconoce todavía
la gran dimensión que soporta una mujer.
Me pensaste como el vidrio
que se rompe en el temblor,
como el miedo que corre de la caída libre,
me creíste sumisa y con la valentía guardada
como si tuvieras el derecho de ser pólvora
en mi boca, y de allí salir como si nada
para barrer el residuo silencial de mis palabras.
Pero, podrías intentar la dentellada
del vampiro en la yugular,
la sensación atroz del ultraje en el vencido,
la humillación que escamotea
la mitad buena de la andanza,
la muerte que apetece la vida,
inclusive, podrías efectuar la incineración
que acaba con las partes más duras del cuerpo
y aún más imperturbable
me columpiaría con los muertos,
aunque toda la tierra sobre mí
me impidiera ver el dónde.
Ahora, que sabes que no soy víctima de nadie,
arrastraste de la lástima al disgusto,
para que me veas compadecer a la madre
que parió un engendro como tú.