Pútrida
Te pasas la vida circundando
los espacios que me abundan
sin ni siquiera ser un milímetro
en los límites invisibles,
intocables, míos.
Solo hallas el cansancio por derribo
de tanto tirarle piedras al viento.
Igualas a la niebla entre las nubes
y te enfermas de tormentas,
por quererte bravucona
en el recorrido que, eventualmente, te disipa
deshecha como lodo de ciudad.
Más acá, tu nombre se hace intruso en mi risa,
cuando sé que no tiene peso la fuerza
de tu histeria en mi resistente entorno,
ni siquiera tus dedos llenos de violencia
pueden con mi mano derecha.
Sin rendición, entre las sienes,
te haces más de manos que de razones,
porque anochecida como una tarde no le ves
la ciega boca al baboso pensamiento
que te devuelve al pecho las patéticas palabras,
cuando te cruzan como depredadoras indigestas.
Al menos, te lucen las cicatrices de la rabia
para alimentar las bacterias de tu carne ansiosa
por ser algo en la vereda de alguien
que nunca ha sido esclavo de tu ociosa necedad.
Mujer, enciende la negritud de tus ideas
para que reconozcas de una vez que soy
la que abre cierra, cambia y llena
los escaparates de mi vida
con la iluminación que al otro lado,
solo sucede en mis calles.
Permite que los genes de tu ignorancia
desarrollen un gramo de lucidez
para que detrás de las rejas de mi mundo
de una vez entiendas
que la inmundicia que fábricas
en el vertedero de tus escombros
es una creación absurda que se rompe,
repetidamente, torpe,
contra las vigas que levanto.
Y si no puedes al menos recuerda,
LENTA---MENTE, que ni una sola mosca
de tus podridas ganas me alcanza
ni por imposición ni por decreto.
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