De nada nos sirve
soltar el timón de amarnos,
si te enroscas al vientre de mi círculo vicioso
como un trompo dando vueltas en picada,
convencido de que cualquier salto
te hará caer vivo en las esquinas
incompletas de todo lo que soy.
En las atenciones carnales, de nada vale
ignorar el vuelo interno de la prisa,
si me apresuro a ser la deslizante
gravedad de la montaña rusa
para verte sufrir de algarabía
con el sube y baja de la locura en marcha,
si te conviertes en la cavidad del eco,
donde alojo el sudor del grito,
enroscados, maliciosamente, en la combustión
de esa inminente dependencia.
Tampoco resulta... que te vayas de mí,
cuando tranco el lugar de mis ojos,
porque el terco gesto del próximo minuto
te da el tiempo para que enciendas las luces
que nos devuelven a los surcos
encadenados del día y la noche,
donde eres como el aire
buscando la vida en mi respiro.
Ni me basta que te cierre
los candados del sonido,
los talleres de mi compañía,
los trayectos confidentes del contacto,
si cuando estalla el futuro,
súbitamente, te arroja
como un soldado vencido
en mi dulci-fiero combate,
como quién se resigna a morir
en la táctica sensual de mi estrategia.