Jardines de besos
En libertad camino los mágicos jardines
para observar la gama de los sembrados besos.
Esos que la boca quiso dar su origen
como jardinera apasionada del momento,
aun cuando eran semillas fantaseando sus colores
con el tibio roce del deseo y el entusiasmo
del amor irresistible germinado por el tiempo.
Algunos grises resisten infantiles,
casi agostados por haber sido los primeros,
otros marrones se perciben infelices
con la pulpa del dolor al descubierto,
me han sentido al pasar y todavía gimen
con aquel impulso adolescente en devaneo.
Aquellos, los rosados erguidos en el aire,
contoneando su aroma como pétalos,
se acercan coquetos e insinuantes
como si quisieran mis labios de regreso.
En los verdes veo una esperanza consintiendo
un cultivo de sonrisas y los vacilantes gestos
que conservaba de algunos amores
hasta que el amor los selló con el silencio.
Éstos, con presencia aún tangible,
con el color naranja de los otoños en paseo
guardan el sabor de las primaveras más felices,
aunque cayeran de golpe con el atravesado invierno.
Y los rojos… fragantes, como artesanos de temblores
que parecen tallados en el aire con el calor del fuego,
se sostienen simbolizando el suntuoso arte
de los amantes que logran surcar la huerta de los sueños.
Mas los plateados,
esa porción que provoca este rocío en mis ojos,
por haber caído como hojas cristalizadas en el suelo,
son los que vengo a ver por algún motivo cada tarde,
ya que aún no sé
por qué ellos mismos se sembraron en el hielo.
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