Destape
Yo he visto la pudrición de las nubes
en las costas apacibles de una mirada
y como las sombras se llenan del aire colérico
para zarandear en mi cara el aforo
destructivo de un tsunami
como si dependieran de mi agitación,
como si yo fuera la deformación del agua,
la demencia del estruendo
o la sobredosis de la furia
que detona su espanto,
cuando se aburren del espacio
satisfecho de vacíos...
Hoy te hablo del mar que azota la mente.
Observa el macareo ocupando el indicio
de unas palabras, acuático,
le arrebata la superficie
y las doblega como al remo
después que se parte sobre la desolación,
el resto es la tortura visionaria
que da el golpe de sal en los ojos.
Así lo digo, porque no quiero ver
a los símbolos de tu alegría
en esta rebelión que me desea suya.
Porque si la tristeza me moja,
yo me escupo como una gota de lluvia
y si me quiebra me derramo
como un diluvio sin predicción,
nunca me he adaptado
a los intereses herméticos de otros.
Tampoco me salves
con la prisa de un suspiro,
si mi desasimiento apetece el triquitraque
desde cualquier altura,
porque lo malo de escribir
no es ponerle sonido
al ánimo de la tristeza.
Lo pésimo es sentir
que el dolor como homicida
le rompa los huesos a la vida
y ella aún sin fosa
tenga el valor de moverse por lo dicho
como un ronroneo de gato entre las piernas.
Hoy la libertad del verso
exige las volteretas de la pena,
yo le doy total consentimiento a su capricho.
Condensada de efectos y desafectos
me nombro tormenta de trágica magnitud,
mientras arrastro el mal humor del océano
por toda la intemperie del mundo
y no es para vengarme de las otras veces
que me ha matado bajo el sol,
es solo porque no le temo a la devastación
ni al poder del aire que retumba en los pulmones,
si en su torbellino circular
puedo liberar escombros
y ser, realmente, cruel alguna vez.
Ahora ven, entra al vórtice del caos
y toleráme, si puedes.