Existe un viento sociable y acogedor
en el inacabado calendario del cielo
que te hace un refugio en los labios
al recorrer el presente que nace
entre tu cuerpo y el mío,
y por ser de inicios que se agrandan,
logra hacer de la boca esa puerta
despejada por donde entra el día
con el beso caminante
hasta la clareza de la voz.
Suspensión para el diálogo
que verbaliza la sed que nos llama,
desde que el pálpito en giros
adquirió esta placidez
repleta de la transitada carne
que nos lleva del lenguaje al corazón.
Lugar donde el sol despierta y duerme
más profundo para volver a latir
la mañana por la realidad
que se nos mete adentro
con su viaje de calor anhelante
del sustento de la noche,
para entregar en su paseo el sonido
de las horas que van del pensamiento
a las palabras, y a voluntad,
hacia el mismo eco.
Tan fuerte, cuando perdura
el vocablo encendido
en la habitación de cada segundo
y se oye la conversación de las pieles,
de las miradas, de las siluetas
sobre los pasos del destino
al hacernos la vida.