Nómbrate mujer Vanagloria.
Sra. Paradoja en las voluntades
de tu virulento cuerpo.
Llámate Inocencia con la boca
de llegar a Babilonia,
con los dientes de morder
las perversiones del deseo.
Metete las dos caras
que te enferman de hipocresía cítrica
y saca los escrúpulos de tu crisis
como fuegos escarchados
que te mojan de impotencia.
Escarba el hondo frío en tu alma púdica
con la visión de tus ojos torpes
cuando busques mi imperio en llamas
y solo puedan darte tu íntimo diluvio
a menos precio.
Fingete heroína de la sumisión
sentimental y pon de testigo al terror
que se esconde en tu conciencia
y a las mariposas de tus alfileres justicieros
implorando luz en el hueco de tu risa,
a la diosa obediente del respeto.
Por no haber ejercido
las funciones malandrinas
en el Barrio Humano de los misterios.
Sube, elevate en el vuelo de la magia
que se funde con los altos sueños,
con la deidad del hombre,
con el despertar del hijo en la mirada,
siempre laboriosa en los rasgos del pequeño.
No, tampoco laves en su lloro
el arrullo de tus culpas
ni los dones pringosos
de tu esclava vida,
ante esa hija no seas un payaso
encarnado de tristezas
ni muñeca de cartón,
encantada en su sonrisa.
Mejor reza y rezando ruega
que nunca coma las manzanas del entuerto,
que no vaya a un baile de culebras.
Pide detrás de un Deja Vu
que no encuentre el susto
de su Santa Madre dolorida
en los santuarios del destino
ni a la desgracia devorando la dulzura
del amor filial en penitencia.
Súplica protección con toda
la creatividad de tu historieta
y con todos los benditos
del seno materno, obsérvala, lejos
de escorpiones, de chacales, de buitres,
de vicios, de panteras, de puñales
de errores, del mal, de todo aquel
envuelto de prejuicios y tinieblas
para que brille alerta junto al ángel,
y en tu propio regazo nunca se lastime,
jamás sufra la falsedad de tus certezas.