Desde el pesimismo entre las sienes
con la aburrida alianza de su carne,
llega fácilmente al evo de la queja.
Viaje hasta el efecto salino del agua,
ahora que las humedades se manchan
con sus deformadas escenas.
Hace rato cae sin imágenes de fuego
hacia lo más hondo de la costumbre;
punto de alivio, de abrigo, de apoyo,
de bienvenida soñolienta donde ancla
los sinsabores en vínculo fatal
de aburrimiento y rito. Hasta allí,
con faceta de digna rigurosa
en la estación de lo mismo,
porque desde adentro hacia afuera
se requiere más que intensidad
para gozar las entrañas de un verano.
Al menos desde el corrupto comienzo
un mundo obligado a una multitud
transforma grises por luces
condignas al fuego sin recato.
Dispersan el don de las enredaderas.
Sueltan contornos multiformes
para arder sobre las cosas, por el tiempo,
hacia las ciudades que se abren al calor
donde escupen el intimismo
sudoroso de hembra y macho
con libertad vibrante y sin permiso,
con la naturaleza de las razas torcidas
que sobreviven un poco más
en las ráfagas del sueño,
si hasta la aspereza de las calles
se mezcla con el bombón del deseo.
El resto lo sabes, al deleite
que exuda de gusto suele acercarse
una perra en celo con sus ganas
a medias, el vientre en círculos,
usualmente llevadero entre paradas
sin afanes y observando con ojos
de sosa insatisfecha, ese sexo
excitante del primer polvo
que sigue amarrando desatinos.
Aparece justo antes de volver
a la redondez de la calma
como una cruda materia de huesos
que se hunde en la vida que pasa
con toda la monotonía de lo ido.