Yo no me trago tus horas
con los predicadores de tus placeres
ni tus sueños manipulando carnadas
en el mar o los pajaritos de la aurora,
ni los santos de tus nocturnas costumbres,
esas de la aporía que diriges
a lo santurrona y purificas
con la calma ilusa para salir ilesa.
Tampoco mastico las palabras
de tu inocencia a medias tintas,
cuando pintas tu mundo cristalino
con las mugrosas manos
que te guían con soga y amarre
a la distinta realidad de tu leyenda.
Conmigo no te quites el bulto
de piedra y lodo que te engordan,
a lo divino, como Pastora de noblezas
para rebajar las calorías milagrosas
con el agua clara,
que yo no bebo habitantes
de transparencias paralíticas,
incurables de Nagasaki
y de alucinaciones que a lo mejor
con más poder realista,
fueran de carnes más visibles.
Como te gusta vivir entre mortales
vestida de ángel,
sobre las alas de una luz,
si yo no me elevo hacia
el sol para que evapore mis charcos
o se limpien con lluvias de paso
que nunca serán mías.
¿Con qué paradoja dijiste
que te robas el maná celestial
para salvar al pescador
que te prestó la bondad carnívora?
Eso sí, me dio alergia,
a buen seguro, otro idealista irracional
con el complejo de Aristóteles
al pescar galimatías.
Ante mí, no te adornes
para hacerte más mujer frente a otra
con las joyas de la justicia,
rectitud y altruismo,
no vaya a ser que de tanto brillo
pierdas la memoria y yo
de paso algún pecado
en tu perfección paradisíaca,
que yo todavía me quiero
con las quemaduras en la sangre.
Y no seas tan blanquísima,
no en este instante
que añoro uno de esos pantanos,
de los que salí a la hawaiana,
por alborotar los defectos del placer.
Ni vengas desde el Edén
para imponer tu integridad recatada,
por que estás en serio peligro,
acabo de hacer pecas horribles
de mi sombra que podrían
manchar tu esplendor angelical
y aún no sé cuántos prójimos más
necesitas en tu Bolso de Valores.
Nancy Santiago Toro
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