Para leer en voz alta
Nunca me instalé en tus calles
ni en tus charcos ni en tus grises,
nunca fui voz al lado de tu nombre corporal.
Abandoné tu lenguaje
en la primera luz intermitente de peligro
y me convertí en el silencio
de un punto suspendido.
Tú seguiste la dirección de otros signos
y entre símbolos cuidabas
la impetuosa frescura del mar,
el canto angelical de las alondras,
las escalas sonoras de tus antojos
en los ascensores del ego,
apurados hacia el estruendo del descaro.
Descarriados, tropezaron
con la aparición del desierto
y se retorcieron las palabras
como lombrices blancas
hacia la negra distancia de la muerte;
el único lugar reconfortante
donde es posible la abstracción de lo eterno.
Nancy Santiago Toro
Derechos Reservados©
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