Llamé en su pecho con mi latido,
fue uno solo… tan discreto,
que pareció ser una hoja descolgada
anticipando el posterior invierno.
No hubo respuesta, ni un suspiro
de segundos se oyó en el tiempo
y pensé, “será que duerme y la noche
lo ha atrapado en la red del sueño
o va con la jornada de la distante aurora
que clarea esplendorosa en otro cielo”.
Aun así, dijo mi pensar esperanzado,
"por qué no tratar dos veces",
y con el trémulo del junco sobre el agua
le llamé esta vez con mis sentidos,
todos acoplados y aún más fuerte.
Extrañamente, no escuché sonido,
solo un silencio de leves pétalos saludaba
con su perfil primoroso, abiertamente,
junto al aire que apenas se escuchaba
vivaracho en su tersura,
en ida y vuelta con las sombras
ociosas que ya se veían tras la gente.
Mas dije, "y si llamo de nuevo
y más profundo,
¿escuchará la intención de mi alma
entre mis labios con el palpable beso
que formula el gemido que posee?”
Y hecho así, contestó el epicentro
de la tal indiferencia que aún rueda
y arrastra la duración del infinito,
de lado a lado, cuando pasa por mis sienes.
Nancy Santiago Toro
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