Necrópolis de silencio
Esta ingente pena que desgarra y no concibo
se vuelve cada día un ancla en la costumbre;
una sombra alienada que de mí se ríe,
un cerril fantasma que sofoca y me sacude.
Mi gélida alma es un necrópolis de silencio,
un soledoso paisaje de polvorientas alegrías,
un espacio donde no pasa ni siquiera el tiempo,
porque hasta el solitario paso, perdió la vida.
Mis latidos otrora iban como trinos en el cielo,
como tibios besos de ilusiones encendidas
que reventaban en pasiones a destiempo,
arrancando de la carne efluvios de delicias.
Mas se allegó el cruel destino en desconcierto,
zarandeando los cimientos y techumbres,
dejó este ataúd de soledad como aposento,
un exánime grito de muerte que nadie oye,
a las ráfagas de aire como latigazos del lamento,
a dos enamorados mirando entre barrotes,
con un castigo que desmenuza hasta los huesos,
con una muerte lenta… ¡que Dios nos salve!
Nancy Santiago Toro
Derechos Reservados©
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