Eco de agua
Solía decir la llaneza de las cosas:
las de la carne hechas de caricias,
las de suaves tulipanes y narcisos,
las del leño en fuego,
las de humedad de jungla
y esas sin cordura que son de sangre,
y hacen temblar la compostura
como si fuera el de un ramaje
por entero estremecido.
A veces susurraba un horizonte solitario,
otras acercaba el arrebato del gentío,
en ocasiones su páramo nostálgico
con algo del verdor de los caminos.
Germinaba en él un tono de mañanas,
hablaba las ideas sin resistir el ruido,
logrando la fuerza abierta del oleaje
con el bullicio del rumor en mis oídos,
que en revueltas se iniciaba entrañable
hacia la existencia del recuerdo mío.
Contagiaba alguna rebeldía a su vocablo
al compartir lo clásico de la vida;
símbolos de ajenas circunstancias
que logré guardar en mis sentidos
para revivir la convergencia de palabras,
unas con otras en giratoria algarabía,
hasta que tomaron un rumbo de infinito
en blanco y el acento de su voz baja
se fue haciendo distancia enmudecida.
Ya no se escucha la mente alborotada
ni las fatigas de las sonoras risas
ni el canto aquel de los pensamientos
que flotaron en la escena,
adquiriendo paisajes en los sonidos.
Ahora solo se oye un eco de leve lluvia
enredado en el cenizo de un nosotros
cuando una lágrima colgada de sus ojos
se viste con el agua de la mía.
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