Por los autores
Alonso Vicent y Nancy Santiago ToroVoy diligente a tu íntimo lugar, a tus montañas
al frescor de la cascada, a tu acompañante risco,
al entorno que persiste los verdes de tu mundo,
a la tierra de tu alma, que bien guarda tus caminos.
Esperándote aquí estoy con mis dos ojos fijos,
en la senda que sube serpenteando el bosque,
orillando las horas, retrasando la noche,
ansiando la llegada, apremiando al destino.
Veo tu cromático paraje y aletea la emoción constante
dentro de esta escena de naranjos que respiro,
más allá, el monte como si saludara con sus rosas,
aquí tus árboles con el umbroso resguardo a los amigos.
Te adentraste en mis huertos, ellos son el principio,
el llano, la estación que deja atrás las vías
de lo que conocemos, la principal salida
al mundo en el que me hallo y en el que me cobijo.
Grato contemplar la fina gala de la vistosa aurora,
el embrujo ardoroso del terruño amanecido,
con la seducción del río moviéndose a su antojo
y mis ojos como redes atrapando cuanto he visto.
¡Sube presto y allégate!, que es la aurora el inicio
del paso que te lleva y del primer embrujo
que mudará el paisaje bajo el caminar tuyo
a la vera del agua que baja de mi risco.
¡Ay!, que llegaste, te veo. Las piedras son testigo
del roce de tu huella, y alborotadas andan
o será que es primavera incluso en tierras altas
y conspira con ella incluso el travesío.
¡Sí!, te veo bajo el azul que extiende los fulgores,
por el alcorce que lleva a los aires del tomillo,
justo en la solitaria barandilla de ese lúgubre borde,
donde las alondras se marchan con el adiós previsto,
pues como ellas partiré, mas con los recuerdos decorados
del don venusto que ofrece la celsitud de lo sencillo;
indelebles memorias que ostentará mi sentir nostálgico,
desde mi ventana y en otro alado viaje de sentidos.
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