Y ellos lo sabían…
Se rompían las luces de la mañana,
eclipsaba la claridad con la neblina,
en el cielo el color plomizo se quebraba,
lo demás ni las nubes lo advertían,
habían migajas de sombras por los aires
o el ocaso salpicaba el gris de su fatiga
al adentrarse en el pozo oscuro de la noche,
lo demás ni la brisa lo intuía
o era que el invierno por la esquina asomaba,
mientras hacía del otoño otra ceniza.
La tierra capturaba el olor de aquel paisaje
y era hasta el fondo del silencio la caricia
del tiempo que pasaba con su habitual bagaje
como henchido inventario de rosas con espinas,
liberando otra estación de hojas malogradas,
sin saber si eran del saludo o despedida.
Las calles se rozaban con las plazas,
los tejados abrigaban sus orillas
y el perfil del redondo mundo se mojaba
con el agasajo o el esplín de la llovizna.
La tarde, ella pasaba, hondamente, cabizbaja,
lo demás ni las estrellas lo entendían;
exhibían su leve fulgor por la ventana
de aquella cabaña con dos vidas.
Una chimenea se ahogaba en llamas,
un fuego ardía en dos sonrisas,
una entrega alcanzaba las nubes en la cama
y liberaba desde la altura su caída,
afuera, el entorno se trizaba o se armaba,
adentro, el amor era en ellos, y lo sabían.
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