Me acomodo en ese espacio que me llama,
me anclo en tus brazos tan discreta,
en ese aire que acurruca la añoranza;
el estrado que sostiene esta palestra.
En ese vacío de visiones luminarias,
la distancia es complexo sin banderas
en las formas incorpóreas de nostalgia
que en el puerto de la mente se sujetan.
Allí el tiempo me detiene junto a ti, extática,
como si el mundo se extraviara o no existiera
y el abismo levanta un entramado de organza
como un tálamo de nubes hogareñas,
donde nuestras siluetas se hacen una
al cruzarse afanosa la fantasía con la idea.
Un puñado de sueño lleno de gloria
que nos da vida en libertad secreta,
cuando la lejanía nos da la espalda
y hacia la puerta del cielo nos libera.
Pero la realidad, esa puerta arranca
con un destello que el ojo parpadea
al deshacer la niebla con la mirada,
cruda verdad que nos despierta.
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