Desde lejos, en lo secreto del camino,
donde discretamente el tiempo nos ataba,
donde tu memoria me hacía empírico recuerdo
siendo yo presentimiento de un mañana.
Tú en mí, mirada aún flotando en el silencio,
acaudillando vehemente la voz de mi pisada.
En ese lugar diseñado con tu nombre,
en el sueño de una noche adormecida,
en su albor que llega y te proclama dentro
desnuda como un beso, en mi alma contenida.
Llego a ti con ilusión y una eterna fantasía,
descansando el tiempo al saberte toda mía.
Me encuentras, perfil de mis anhelos,
tras los cristales de rocío como radiante alba,
profundizas en mi sombra tu destello,
tatuándome en la piel impaciente llamarada.
El vigor del temblor me escala persistente,
siento al verte emoción en marejada…
Y un torbellino que a la paz se atreve
al saber que eres tú lo que esperaba.
He llegado desde siempre, desde un nada
para llenarme de ti y poblar tu alma,
me vierto en vos como luz que se derrama
y me esparzo en tu centro en tibia oleada
con tu culminada melodía, mi corazón te canta,
himnos de cielo sobre el pulso de tu llama.
Abrazan mis labios el cielo de tu boca
como nubes se garbean tus acalorados besos
y el ardor de un suspiro se hace flama,
desplazando voraz fuego al sentimiento
que nos hace dos estrellas sin distancias,
en radiante luz que estremece al cielo.
Te retengo en mi costado fértil clamoroso,
en tu cielo íntimo con lazos de vertientes
tiembla el ósculo en su ramal de labios;
su follaje de sol en tu marea se disuelve
como la noche cómplice y milagrosa
que te sabía en mí, antes de tenerte.
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