¡Qué delicia!
Si ya recorren mis rosas carnales
con el almíbar del deseo
y se anudan mis pétalos a su melífico aroma,
cuando los muerde su placer como si fueran dedos,
aquí, donde se liberan olores de contactos libres
que dejan la palpable humedad en mi cuerpo.
¡Qué delicia!, que te apoderes
de mis versos con insistencia,
mientras la dulzura de mi piel
es portadora de amor en otro encuentro
y del festival de mis emociones con su entrega,
y de ese baile de la lengua que los dos sabemos,
entre una furia de latidos que se desatan
al unísono para entregar el gemido al viento.
¡Qué delicia!, que vacíes tu boca por mi rostro
con los besos nómadas que se van y alejan
y sentirte, invisible mío, con tus gestos y palabras
como si brotaran hojas nuevas de troncos muertos.
Como si las ramas allegaran aquella
tos seca de tu garganta,
la que arboricida pretendía
para mis oídos un canto nuevo.
¡Que delicia!, saborear del mismo
fruto una y otra vez
colgado de tu espacio
con las reaparecidas semillas negras
y la corteza cuarteada que hoy pertenece
a todos los huecos de tu arbolario aspecto.
¡Qué delicia!, que hoy, bajo este sol del mediodía
existan otros rayos ardientes reposando en mí.
Nancy Santiago Toro
Derechos Reservados©
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