Sunday, September 30, 2018

Alguna vez, el tiempo (Prosa)






Alguna vez, el tiempo
(Prosa)





Alguna vez aprendí de un tiempo sin urgencias, retozaba como si corriera de un lado para otro; era principio de libertad extendido por el gestor de la aventura, parecía retrasarse con las vueltas de los cometas en el aire. Tiempo circular en recorridos sin orillas sobre la tierra virgen de la infancia para reactivarse en la corporeidad del desarrollo y capturar el viaje por las fases en el álbum de la adolescencia, él que hoy evoca las risas mañaneras que hacen eco en los latidos. Alguna vez el tiempo quedó sujeto en el nudo de las palabras y se colgaba de la mente con las voces, acostumbraba a repetir su efecto en la movilidad de las emociones cada vez que hablaban. Era un tiempo fecundo que sabía mantener a las ilusiones vivas, aunque diera el impacto de los cambios, pues lograba resucitar el pulso de la natura en las tantas escenas de la vida y es que estas (la vida y la natura) se parecen tanto al renovarse, cuando su ciclo alcanza el humedal de algún desierto. El tiempo seguía su curso, pero conseguía suspenderse en la mirada que todo lo detiene con su singular habilidad de exhibir a los recuerdos del ayer nostálgico como paisajes vivos en el cuadro de este entonces.

El tiempo... ese que alguna vez se hacía lento a pesar de su progresivo ajoro, se tendía como una cosecha hasta la siega, daba los frutos de la ansiedad y sobre las mieses yo era una más en aquel festival de pájaros dentro del azul distante. En plenitud, para la recolección de los momentos y la oferta de los años en la celeridad de la existencia, pero con el cinismo de la ilusoria calma.

Hasta que alguna vez inauguró un transcurso veloz y una frialdad que exhibía fechas como heridas. Lograba arrumbar una capa de niebla sobre los días que saturaron los ojos, comenzó a acercar rostros de hule que alcanzaban el adiós de las estrellas. Rostros efímeros que entregaban un rastro casi anónimo, a los que supe inventarles la sonrisa, los perfiles y hasta los gestos de esa indiferencia innata que amparaban. Era un tiempo presuroso que ignoraba al corazón y vulneraba la marcha de su mecanismo, mientras avanzaban las nubes del mañana.

Por eso en este ahora de su paso, donde aún gira la huida de las horas, soy yo la que no regresar cuando avanzo, pero aprendo a detenerme para mirar al árbol tan cambiante en los escenarios de las estaciones vagabundas, contemplo el beso de la luz en el horizonte hasta que desviste la tarde y se entrega hasta el fondo del ocaso.Tanto me detengo que hasta he aprendido a copiar la sencillez que lleva el viento, no me enredo en las cosas, me hago sentir aunque no me vean y pocas veces me oyen, mientras el continúa enterrándose en este mausoleo de silencios.



Nancy Santiago Toro
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