Él no lo sabe
Tras él va mi andadura, tras el avance de sus pasos,
mi paisaje es a la espalda de su distante movimiento,
aun así a cada luz rasante de su estela yo me abrazo,
a cada sombra ladeada de su cuerpo yo me entrego.
En su marcha a solas le sigo y no lo sabe,
mas mis huellas lo pueblan en secreto
y se aventuran con el cómo o hacia el dónde
o hasta cuándo será este recorrido de futuro incierto.
Mas soy la rosa, el crisantemo o la magnolia,
mis raíces hacia él no saben de regresos,
mi fragancia como eco de mi ser llega a su lado
con grácil alborozo en el aire fresco,
si a veces no la percibe en algún recodo
es porque se pierde entre las nieblas del invierno,
ese trecho de tiempo pálido y solitario
que no perdona fragilidad de pétalos,
nos priva de rutas al transitar su blanco
y con su lengua de escarcha en el descenso,
nos lame con su frío, de golpe nos apaga
hasta que rebrota otra primavera y vencemos.
De nuevo él se viste de color ante mis ojos,
en lo plano y en la hondonada del trayecto
y le sigo hasta en los desvíos de la vida, no lo sabe,
pero la inflexión de su rastro engendra otro sendero,
donde siempre llega la congoja del verano,
pero aún así sigo tras el nombre de mi sueño.
Trazo su cuerpo con luminosidad en lo sombreado,
en su mirada logro la irisación cuando me acerco,
en su pensamiento descanso y me desnudo,
cuando el crepúsculo con su roce amarillento
repite su ardiente guiño en la vista del otoño
para unirnos en el roce impúdico de un beso;
gesto que aviva el ámbito total de nuestro mundo,
cuando deja su arrebato de hojas sobre el viento
y me uno a su danza, nos mezclamos y sin él saberlo
somos un remolino de recuerdos amándose en el suelo.
Nancy Santiago Toro
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