Hay una calle…
Hay una calle...
desde el albor hasta la noche,
continua, sin medir su alcance
al buscar tu incógnito sendero,
inacabable como línea
que se incorpora al mundo,
llena de una áspera distancia,
cuando de ella estás tan lejos.
Curvas formas que tiene la rutinaria
vestimenta de su luto ante la aurora,
por prescindir de tu paso en su trayecto.
Hay una calle... abierta
entre alturas y hondonadas,
desde mi ventana la contemplo
inmóvil. En su largor aparenta
ir sin frenos, va zigzagueando
su negra cola en lo lejano
y sin saber hacia dónde entre los cerros.
Se extiende con acento de roca
por los quietos lagos, intenta
encontrarte en sus silencios,
mas sin nada, prosigue su paisaje taciturno
por letárgicas colinas y barrancas,
con la callada partida de los muertos.
En mis ojos es como una honda grieta,
posible entre nubes blancas,
es raíz parduzca que va rasgando el cielo.
No obstante, se tiende en el regazo
de los valles que parecen bisbisar
con los ríos, con el viento
y solo halla el lenguaje de esas cosas
que enmudecen dentro de un azul discreto.
Penetra en los vacíos de algún modo,
rebuscando entre neblinas tu reflejo
y más se pierde...
como cicatriz negra en solitario
hasta que la lluvia vuelve
con visita de nostalgia
a ser compañera en movimiento,
que pudiera ser su lagrimal sin pausa,
entretanto, se disipa su silueta
en otro espacio. Mas siempre veo
a una calle hacia adelante,
desde otra mañana hasta el ocaso
como un rastro de ceniza
que asciende, huyendo de esta tierra
hacia ti con temprana ruta, sin regreso.
Nancy Santiago Toro
Derechos Reservados©
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