Plegaria
Padre, tal vez no debí quererlo,
cuando su naturaleza de mundo
se adentraba en mi camino
con una meta blanca, sin días
sin programas, mas con aquella
entrega exclusiva de latidos
que me hizo sentir y soñar el ansia
que se mezcla, dulcemente, a otro respiro.
Quizás, fue que abrí la puerta
de algún otro destino,
por no ser, yo, por quien tocaba
y ya no supe, Padre, con el corazón
no pude distinguir ese instante en lo divino
y sin preludio, me lo llevé hacia el alma
con solo ver sus ojos en los míos
traspasando todo un sol a mis entrañas,
un zigzagueo de sus venas en mis sentidos,
Padre, dejó caer tu propio
cielo en su mirada
y quedé tan atrapada en sus instintos
que me sentí una ladera en su montaña…
Mas no sé, Padre, si Tú lo habías escrito
o si fue que volteé un segundo en marcha
y sin darme cuenta dañé el planisferio
de tus cosas, cambiando presta el panorama,
tergiversando una historia de tus dedos
para hacerla mía en vivencias y por etapas
al amarlo con ese repentino beso
que une, profundamente, dos vacíos.
El que por ser tan hondo no se arranca
ni con la sonrisa del brillo cristalino
que juega con la humedad entre palabras
y con las formas del amoroso sentimiento
que rodea la vida y nos hace ver ensoñadas
primaveras sobre el pecho de una escarcha,
para luego ahogarse en el fondo de su frío
y rodar... rodar sin más color en lágrimas
al beber lentamente el crudo invierno;
el más intenso, cuando se vive, mientras pasa.
Esa agonía con nombre en los recuerdos
que confiscan tantas noches y mañanas
en los laberintos de un olvido
que sucumbe, porque todo,
todo, Padre, es añoranza.
Y heme aquí, una vez más contigo,
y con esta inmutable cicatriz contada,
yo, quizás nunca sepa si lo habías escrito,
pero yo lo amo y Tú bien sabes de ese amor
como también de la razón que impulsa
todo lo que siento y elevo en mi plegaria.
Nancy Santiago Toro
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