Era la voz…
Era la voz con el peso del silencio,
con el vuelo que guardan los ángeles caídos;
iniciático murmullo que aleteó en el pecho
con el ajetreo de ser real en lo desconocido.
Su anhelo era ennoblecer al firmamento,
aunque fuera venoso su prefijo.
Soñó... y nacieron sus alas de paloma,
zigzagueando el espacio como un sereno cobijo,
mas sin cascado alcanzó el beso de la mañana,
él que roza sin marcada ruta, el peregrino
e impactando el tenaz mutismo de la nada,
perdió el mensaje que haría el camino.
Sin más, quebraron los espejos de la aurora,
la luz siguió el curso trascendente del espejismo,
ella se clavó el eco de la noche en su garganta,
el silenciero de la estrella y su inflexión fue añicos.
Cayó en un nexo sobre su hereditaria tierra
y sin poder desterrar su final vencido,
solo espera ser en el canto de la lluvia.
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