Sin miedos vivo el concepto del inmortal respeto,
en mí no hay apariencias como máscaras colgadas,
mi actitud es al desnudo, con el corazón abierto,
no ensaya farisaicos malabarismos para la jornada.
Soy paisaje tendido en absoluta transparencia,
los valores son como reflectores en mi alma
y mi alma es el faro que guía todos mis trayectos,
ella abre y cierra puertas más allá de las distancias.
Soy como el viento mutable, suave y tempestuoso,
si el tiempo con mordidas sañudas a mi vida alcanza
y mi verdad fluye como pura agua en movimiento,
porque es mi arma preferida, mi puñal, mi espada.
Mi vestimenta es ligera, hace juego con la brisa,
bajo la lluvia me desvisto, ella purifica lo que daña.
La luz que traspasa mi vida desvanece la neblina
y el amor es el mejor antídoto para la venganza.
La firmeza es corteza recia que se adhiere a mis intentos,
la fe como un punto en el abismo me rescata en la derrota,
la victoria como gozo cristalizado de un consumado sueño
no me ha dejado las ínfulas como proyectiles de su gloria.
De la espesura de argumentos acerbos me defiendo
sino hallo ápice de culpa interna para su matanza,
la circunspección se ausenta del lenguaje virulento,
pero es lo que doy como galardón en mis palabras.
Si el estuche de mi cuerpo se hace de granito y enmudezco,
es por que admiro el silencio nuboso de la gran montaña,
paz erguida, reposo necesario, abrazo de cielo sin lamentos
y sin los estentóreos avisos de muerte en las campanas.
En el fondo de la calma arrojo el peso de mis días,
aunque las tormentas quieran reventarme en los roquedos
y si mis fuerzas se ahogan, mi espíritu flota hasta la orilla
para dejar sobre las arenas blancas mi efigie al descubierto.
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