Hay esos versos…
Existen esos versos que se escriben con el alma,
los del corazón que graban la tinta de un latido,
los que son arrebatos o ecos de la nada
al prorrumpir la musa de improviso.
Hay enmarañados y de falsía desprovistos,
los bucólicos, los elegiacos y exultados,
de sensaciones íntimas que vierten y proclaman
emociones atadas como grilletes en papel escrito.
Emergen retóricos, complicados o sencillos
al cargar en línea recta o turbia el objetivo
con el sentimiento claro, oscuro, vivo o muerto
y adormecido en versos frontales o clandestinos.
Están los que usan las palabras como balas
o como manadas de caricias o suspiros,
y tantos de la oscuridad, del claror en pausa
que se hacen esclavos del artificio.
Se hallan los poblados de finados sueños,
los aislados en otoños o en calabozos fríos;
sin las miradas, sin abrazos, sin los besos
que dieran a su entorno algún motivo...
Esos como pétalos agostados y dispersos
que esparcen algún reclamo adolorido
por los farragosos sesgos que deja el tiempo
sobre un calendario en pretérito extensivo.
Algunos son fulgentes como luceros,
surgen para admirarlos, para vivirlos,
porque no conocen de manchas ni de sombras,
son los alígeros que alcanzan el espíritu.
Otros escritos con embeleso, despecho, rabia,
con desilusión, por amor o por olvido,
de causas y efectos en las ideas desbocadas
que plasman lo secreto hacia la luz, desde el abismo.
Versos, existen solo versos con voces del infinito,
naciendo del silencio, hablando por sí mismos,
como huellas mentales en murmullo o estridencia
para eternizar en el tiempo los sentidos.
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